Título: Santuario
Autor: William Faulkner
Editorial: Círculo de Lectores
Núm. páginas: 314
Año de la edición:1987
Lugar de la publicación: Barcelona (España)
Año de la publicación original: 1931
Lengua: castellano
Tema: Aproximación a la parte más salvaje de la condición humana
Breve reseña: Temple Drake, jovencita frívola de diecisiete años, guapa e hija de un juez es desflorada por un gánster y, más tarde, recluida en un burdel de Memphis. El gánster es impotente y, por lo tanto, la desfloración no se lleva a cabo de la manera reglamentaria sino con una mazorca. Para acabarlo de arreglar, el delincuente, contrata en el prostíbulo un rufián con quién Temple hace el amor, bajo la atenta mirada suya. Ciertamente, los hombres y las mujeres que aparecen en la historia son casi todos execrables.
Estos horrores solo son una muestra de aquello que desfila por el libro, donde además encontramos un ahorcamiento, un linchamiento con incendio y una buena muestra de degradación social, además de un racismo patente, practicado y refrendado por algunos de los personajes que desfilan por la novela.
Lo que más me ha gustado: a pesar de todo, y aunque parezca mentira, la idea que se están haciendo ustedes de Santuario no es del todo justa. Hay algo en la novela que la salva del folletín (dicen que la primera versión, de 1929, era todavía más terrible porque incorporaba alguna secuencia explícita de incesto entre el protagonista masculino, un abogado denominado Horace y su hijastra Little Belle). Seguramente, la maestría de Faulkner para hacer una buena novela, a pesar de todos los elementos anteriores, es ciertamente remarcable.
Lo que menos me ha gustado: dicen los que entienden que es de destacar positivamente en la novela el hecho de que el narrador oculta mucha información al lector, hecho que potencia la intriga. Por ejemplo, de la desfloración de la joven nos enteramos con toda claridad hacia el final de la novela y dicen que este y otros muchos detalles de este tipo son una muestra de buena conducción novelesca. Aseguran que esto llega a cautivar al lector. A mí, sinceramente, todos estos datos escondidos que Faulkner nos va soltando cuando le apetece estuvieron a punto de hacerme abandonar la novela en algún momento, cosa que no lamento ahora. Como ven, aquello que algún crítico destaca positivamente, quizás para el lector es una traba más que una virtud.
Y es que el narrador, en Santuario, nunca nos dice todo e incluso, a menudo, nos despista, nos dice medias verdades que cincuenta páginas después conocemos con exactitud. Aun así, tendremos que reconocer que seguramente en la esencia del género novelístico figura aquello de dejar una parte de la historia a la libre interpretación del lector. El problema estará, supongo, en la proporción de información que se esconde. No me extraña nada que una parte de la crítica norteamericana reprochara a Faulkner sus excesos novelísticos y sus párrafos revueltos. Él se defendía asegurando que no era un erudito, sino un granjero. Cada uno que extraiga sus conclusiones.
Mi valoración personal: A pesar de que no lanzaré tampoco cohetes de alegría después de leer Santuario, sí que tenemos que reconocer que es una novela que se lee con agrado y a quien, los amigos de las emociones fuertes, le sacarán un jugo provechoso. ¡Fíjense ustedes con qué poca cosa nos conformamos! Y bien, para acabar y volviendo a la novela: el gánster desflorador, amigo de los cereales, se llama Popeye. No es broma. En conclusión, si les gustan las emociones fuertes, dediquen unos días a la lectura de Santuario.













